Respondiendo a la señora melancólica

El poeta que dices, todavía

con su voz queda canta en su rincón

cosillas que tenía preparadas

desde antes del diluvio universal.

Por inercia lo hace y por querencia

después de tantos años de ser fiel.

Pero tiene constancia de que nadie

se acerca por allí desde hace tiempo.

Exageras amiga cuando dices

que el poeta tenía admiradores:

tenía unos amigos como tú,

quienes por amistad le comentaban

con gran benevolencia; y generosos

loaban los trabajos del poeta

quedando complacido y esponjado.

Se sigue refugiando este buen hombre

en el lugar sagrado que tú sabes,

lugar donde encontraba su sosiego,

retiro espiritual, solaz del alma,

físico bienestar en la montaña

entre pinos y enebros,

entre prados y fuentes naturales.

Pero dije “encontraba”, amiga mía.

Ya no es igual ahora pues me falta

mi hermano que a la vez era mi hijo

mi amigo y confidente, era mi padre.

Era por la mañana una alegría

cuando salía al patio y en pijama

o bien en calzoncillos simulaba

que hacía ejercicios de gimnasia

haciéndonos reír.

Él era por la noche, quien ponía

la última sonrisa hasta mañana.

Ya  no es igual decía.

Mi cuñada y su hijo están aquí;

nuestras casas están frente por frente,

vienen ellos y entran;  y nosotros

entramos en la suya como antes

y comemos y hablamos y jugamos…

Mas cuando ellos vienen, él no llega

y cuando nosotros vamos él no está…

¿Podrás creerte, amiga, que no hay día

que pase sin memoria de quien dice

ser alumna de a quien poeta llama?

Pues es así; y prometo

que no se olvidará nunca de aquella

señora melancólica que un día

encontró felizmente,

con quien tuvo la gracia y el regalo

de trabar amistad. Lo que fue un día

lo tiene por sagrado y para siempre.

Félix

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