Donde el polluelo se pierde
con su plumaje bajo el brazo,
él lo acerca a su agradecida madre;
donde a la ardilla le duele sus incisivos
él limpia con largos cepillos su boca;
donde lloran los gazapos huérfanos
él alimenta con mamaderas calientes;
donde el ave se hiere con púas de un cactus,
él sana con savia de la flor del alhelí;
donde la hiena triste no se ríe
él entre barbas, cuenta sus chistes.
Con vellones de oveja enredados en las cercas y
el pelaje de los zorrinos que pierde en sus cuevas,
teje sus largos calzoncillos, calcetines y camisetas.
Con su chaqueta verde y su gorro puntiagudo
se sienta en ese colchón de confortable nieve.
Ya, con su panza llena de setas y bellotas
a contemplar sonríe, rebosante de vivencias.
Girando su cabeza, en derredor, bien despacito,
se da cuenta de que gracias a él, la naturaleza está:
-¡¡¡Viva!!!...
con su plumaje bajo el brazo,
él lo acerca a su agradecida madre;
donde a la ardilla le duele sus incisivos
él limpia con largos cepillos su boca;
donde lloran los gazapos huérfanos
él alimenta con mamaderas calientes;
donde el ave se hiere con púas de un cactus,
él sana con savia de la flor del alhelí;
donde la hiena triste no se ríe
él entre barbas, cuenta sus chistes.
Con vellones de oveja enredados en las cercas y
el pelaje de los zorrinos que pierde en sus cuevas,
teje sus largos calzoncillos, calcetines y camisetas.
Con su chaqueta verde y su gorro puntiagudo
se sienta en ese colchón de confortable nieve.
Ya, con su panza llena de setas y bellotas
a contemplar sonríe, rebosante de vivencias.
Girando su cabeza, en derredor, bien despacito,
se da cuenta de que gracias a él, la naturaleza está:
-¡¡¡Viva!!!...
(Exclama Luel,
feliz a los cuatro vientos).
María Inés Arias
María Inés Arias