A José Hierro II
La tinaja de lirios está llena.
El verbo se arremanga, los recoge
y los derrama frescos en cadena.
Se ruboriza el duende
escondido en el ruedo de la magia.
Pare la luz un circo de destellos;
cabriolas de alma blanca.
Te ha tocado, José,
antes de todo y nada,
almacenar en la alforja de tu hierro
la luz, el verbo, el canto,
y soltarlos al aire que te asalta.
Dime, José, yo quiero que me digas
para envolver las ascuas y poder en tu
fuego
encender días nuevos:
dónde duerme el jardín de las flores,
por qué brotan las lágrimas,
dónde anida el oro de las tardes,
la luz de las mañanas,
por qué las penas te traen alegría,
por qué la muerte acaba con el hombre
y al hombre sublima si dejarle caer en la
nada,
por qué sonríe un niño,
qué caricias te guardas,
dónde están las ternuras para acunar los
versos,
dónde los arcos dulces para lanzar los
besos,
dónde el calor el cielo para elevar el
alma,
dónde la cruz, la cara…
Y es que mago de amores,
de azules resplandores,
de cromados, de verdes, de cobres, de
violeta,
de dorados albores,
eres, José, la luna
que refleja tus soles.
Yo le pido al reflejo
que guarde tus cristales
que adorne manantiales,
que eternamente vivas
para beber tus aguas, José Hierro.
Víctor del Río
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