A mi querido y
admirado amigo colombiano, de nombre William, domador de la palabra con su
inteligencia clarividente y su particular látigo de la ironía. A ti, escritor
comprometido y devotísimo del Señor de la Imaginación:
Amigo derrotado
por los mil
caballeros,
los de las Blancas
Lunas,
amigo tan miope y tan
pendejo,
tan abatido el cuerpo
en tantas playas
que son las de
Barcino,
levanta la celada de
tu yelmo,
mira, que aquí a tu
lado
te espera un
rocinante.
Recoge de la arena
los ocasos
y los amaneceres
dispersados,
recoge las quimeras,
no te olvides del
sol,
ni te dejes tirada la
botella de vino,
carga con el hatillo
de estas tus
maravillas
y ponte a cabalgar.
Con un rucio cualquiera
yo me basto
para serte escudero
en la aventura
interna
de escuchar a los
dioses
y resolver
incógnitas.
Me molesta el aplauso
de todos los
corderos,
así como el bla-blá
de los predicadores;
como gato escaldado
huyo de las piscinas
de las urnas,
que aunque me
prometieron
que son aguas
termales, yo bien sé
que son para el
vendido,
que queda genuflexo,
bautismo de inmersión
hacia el silencio.
Si acaso no
distingues
que aquello son
molinos, te diré
que a mí me lo
parecen.
Mas no entiendo el
porqué de mis avisos
si el “non
fuyades” ya oigo de tu boca.
A punto de creerme yo
también
que tal como tú
dices, son gigantes,
te veo ya cargar,
picando espuelas.
Félix
……….
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